Los humanos juraban cumplir su palabra poniendo por testigos a los dioses, pero ¿ante quién podrían jurar los propios inmortales?
Por encima de todo, había aprendido la lección que su soberbio hijo jamás entendería. Que el verdadero poder, si quiere perdurar, debe ser anónimo, permanecer oculto y manejar los hilos desde las sombras. Pues si nadie sabe donde reside, nadie intentará suplantarlo.